Resulta paradójico que una persona que prestó tanta atención a los detalles haya sido inmortalizada con una escultura que carece de estos.
Casi cincuenta años después del fallecimiento de Balzac se le encomienda al escultor francés Auguste Rodin la tarea de inmortalizar al escritor con una escultura. Rodin comienza los preparativos, investiga, estudia y analiza al personaje que debe plasmar y finalmente presenta un boceto en yeso que se encuentra en Museo d’Orsay. El boceto causa controversia: el Balzac de Rodin tiene una indumentaria simplificada, con un acabado que parece sin terminar y sólo se ve su rostro que mira al cielo. Las ideas de avanzada de Rodin no fueron entendidas por el público parisino que hubiera preferido algo más realista donde se le representara con los objetos que acompañarían al escritor: mesa y libros. En lugar de eso esta escultura, demasiado innovadora, no buscaba representarlo a él sino que quería ser un símbolo de sus ideas y su obra.
La construcción de la estatua fue aplazada y no fue sino hasta 1939 que se realizó el bronce final que Rodin nunca llegó a ver.
En Caracas había una copia de dicha estatua al lado del edificio del Ateneo de Caracas que, como muchas otras cosas, fue un símbolo de cultural antes de ser removida del lugar. De pequeña, al observarla, no le encontraba lo bello, no me parecía una cosa digna de admirar. Luego comencé a leer la obra de Balzac, conocí más sobre Rodin y finalmente entendí la importancia de esta escultura. Para quienes visitamos la zona de Bellas Artes en los ’90 y principios de la década del 2000, era algo natural ver la escultura ahí. Hace años que ya no está, pero permanecerá en el recuerdo de quienes visitábamos ese eje cultural del música, arte y cultura.
